Lisandro Penelas: Poema ordinario


Poema ordinario: la fuerza de lo incontrolable

Por Hernán Salcedo

Una mujer y su hija viven en una casa de un pueblo a orillas de un río. Un forastero se hospeda temporariamente en esa casa. La llegada del hijo mayor agita las aguas. La obra "Poema ordinario", de Juan Ignacio Fernández, dirigida por Lisandro Penelas, se destaca en todo: relato, puesta en escena, dirección y actuaciones. Un clima tenso y enigmático envuelve a esta obra donde lo monstruoso se esconde en el sopor del verano, la amenaza de los pastizales y la corriente del río.

"En esta obra el río condiciona todo. Los personajes y el río van y vienen. Igual que con la luna, con los pastizales. La naturaleza, el deseo, lo animal, lo monstruoso, lo incontrolable. Ahí está todo eso. Son cuatro personajes que bordean ese universo a lo largo de la obra", dice el director en una entrevista con Blog Teatro.

Penelas señala que parte de la riqueza de la obra se debe a que no hay un único tema. "Está el amor, la reconstrucción del pasado y del presente, la posibilidad de salvación y redención, la fuerza de lo incontrolable, lo imparable de la naturaleza. Pero si hay algo que más me conmueve es la lucha por darse vuelta en un destino que viene a contrapelo", afirma.


¿Cómo nació la idea de crear esta obra?
Todo surgió por el deseo de volver a trabajar con un equipo de actores y dramaturgo. En 2016 La Carpintería armó un ciclo de teatro breve sobre Tennessee Williams. Eran cuatro versiones de 15 minutos cada una de algunas de sus obras en formato melodrama. A mí me convocaron para dirigir un texto ya escrito. Era "Nos merecemos un hombre", de Juan Ignacio Fernández, basada de "El zoo de cristal". El texto resultó muy hermoso y el armado fue súper placentero. Además de conocerlo a Juan como autor, me pareció una persona amorosa, humilde y llena de sensibilidad. Todo había sido muy armónico y gratificante. Pero ahí terminaba. Entonces le dijimos a Juan si quería escribir algo para nosotros, y ahí surgió "Poema ordinario".

¿Cómo fue el trabajo con el dramaturgo?
Juan se mostró muy entusiasmado con nuestra propuesta y me dijo que estaba trabajando en un material que se desprendía del otro. A mitad de año me mandó un primer boceto. Cuando llegué a la última página me quería matar porque había pensado que me mandaba una versión completa, pero llegaba hasta la cuarta escena. Me había quedado enganchadísimo. Me había parecido un mundo fascinante, poético, triste y bello a la vez. Le di algunas devoluciones generales y a fin de año tenía el texto definitivo.

¿Y el trabajo con los actores?
El trabajo con los actores fue muy llevadero desde el primer día. Veníamos de hacer la otra experiencia y eso facilitó mucho las cosas. Este texto era en gran medida un desprendimiento del otro y, aunque no lo parecía en el tono, en el fondo la trama y los vínculos tenían mucho en común. Además a todos nos conmovía y seducía la obra. Por otro lado, los tres muchachos de la obra habían sido alumnos de Moscú de adolescentes, hacía diez años; y con la madre ya había trabajado varias veces, como actriz de otra obra que dirigí y como compañeros de elenco.

¿Qué priorizaste a la hora de encarar la dirección? 
Me gusta trabajar tratando de no cerrar sentido. Traté de hacerme más preguntas que otra cosa a lo largo del proceso. Muchas veces les pedía a los actores que buscáramos lo que no sabíamos del texto, que tratáramos de perdernos. Lo que el texto dice va a aparecer, nuestro trabajo era bucear por lo demás. Además la obra es muy sugerente en ese sentido. Hay muchos misterios que no se resuelven. De hecho mi sensación es que la obra no se resuelve, no hay solución. Por eso traté de ir en esa dirección.

Se destaca la transformación del espacio de Moscú Teatro. ¿Fue una obra pensada especialmente para ser montada ahí?
No, la obra fue escrita sin tener en cuenta el lugar de representación. De hecho ese era para mí uno de los desafíos más grandes. El texto está plagado de acotaciones y descripciones muy precisas, casi cinematográficas, que veía difícil llevar a la escena. Además plantea un espacio muy concreto donde sucede la acción (el porche de la casa) pero se insinúa una interacción constante entre ese espacio y el interior de la casa, por un lado, y el río y los pastizales, por el otro. Por suerte conté con un equipo de trabajo técnico-artístico muy bueno. José Escobar aportó mucho a la confección de este espacio, con una mirada práctica y poética a la vez. Lo mismo ocurrió con Soledad Ianni, con quien ya trabajé en la iluminación muchas veces y le dio particularidad y belleza al espacio. También se sumó Agustín Valero desde el sonido y propuso un diseño que incluyó un programa para editar en vivo los efectos y la distribución de parlantes en distintos puntos de la sala. Y Eugenia Limeses, que estuvo en todos los pormenores de un vestuario que parece trivial pero está lleno de detalles.

¿Creés que estamos en una época en que el teatro nacional mira hacia los rincones del interior del país en busca de historias para contar? 
No sé si es algo buscado o no pero es evidente que está presente en muchos espectáculos del off. No podría decir a qué se debe. De hecho mis dos obras en cartel toman esos universos y yo soy una persona nacida en Capital. Viví en Viamonte y Callao toda mi infancia hasta los veintipico, amé siempre la comodidad de la ciudad y su vértigo, la posibilidad de ir al cine o al teatro en cualquier momento. Pero será que el interior nos pone en cuestión, nos mira de otra manera, y eso puede que sea lo movilizante.



Poema ordinario
Actuación: Julieta Timossi, Cecile Caillon, Fernando Morales Beascoechea e Ignacio Torres
Escenografía: José Escobar
Vestuario: Eugenia Limeses
Asistencia de vestuario: Teresita Matilla
Diseño de iluminación: Soledad Ianni
Diseño sonoro: Agustín Valero
Diseño gráfico: Tatiana Schumovich
Fotografía: Pilar Montaron
Producción ejecutiva: Cecilia Santos
Asistencia de dirección: Fernanda Pérez Bodria
Dramaturgia: Juan Ignacio Fernández
Dirección: Lisandro Penelas

Las funciones son los sábados, a las 22, y los domingos, a las 18, en Moscú Teatro Escuela, ubicado en Camargo 506 (Villa Crespo, CABA). Entradas: $250 y $200  (descuento a estudiantes y jubilados). Reservas: (011) 2074 3718 - moscuteatro@gmail.com.

Este espectáculo es una producción de Moscú Teatro Escuela. La obra fue merecedora de los premios Artei a la producción de teatro independiente 2017 y ganadora en segundo puesto del 19º Concurso Nacional de obras de teatro INT. Cuenta con el apoyo de ProTeatro y el Fondo Nacional de las Artes.

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